Empecé una Librería Itinerante como parte de mi librería Vena Cava. Recorrer Los Angeles con cajas de libros cruzando la ciudad ha resultado una experiencia muy divertida. El otro día para llegar a UCLA tuve que tomar un autobús repleto. Cuando subí, arrastrando la enorme caja de libros, noté que en los primeros asientos, a mi mano izquierda, viajaba una mujer homeless con una maleta gigante. busqué el pasamanos para asirme y continuar, y me percaté que, recargado en el pasamanos estaba un andador metálico de un señor mayor de setenta años que viajaba enfrente de la chica homeless. Afortunadamente, al lado de señor mayor, alguien se compadeció y me dejó un asiento. Así que frente a la maleta enorme de la chica homeless y a un lado del señor del andador me senté con mi caja de libros. Todos íbamos muy apretados. Detrás de mí había subido un chico que minutos antes de abordar el camión aseguraba que yo era de Honduras y que me llamaba Miss Nuñez. El me dijo que era de El Salvador pero yo sospeché que mentía porque sólo hablaba inglés y era sumamente anglo. De cualquier forma era encantador, me mostró unos dientes blanquísimos y me dijo "este es un mundo muy pequeño, Miss Nuñez" cargaba un osito de peluche que a la vez era una funda para celular. Pronto me di cuenta que mi amigo estaba en otro mundo. El quedó parado en la entrada del autobús y a cada persona que abordaba él la llamaba por un nombre ficticio y les decía que le daba gusto verlos en este mundo tan pequeño. Al principio la gente le respondía "no, me confunde" pero cuando veían que él insistía y les contaba alguna historia, y al tenerlo tan cerca en el único y estrecho pasillo del autobús, me hacían reír con sus distintas caras de sorpresa y angustia. Eso de estar casi tocando la nariz de un chico que vive en otro mundo no sucede todos los días, pienso yo. Hasta que subío un joven de la mano de su novia. Mi amigo del otro mundo lo saludo como había hecho con todos nosotros, pero esta vez le dijo "en dos años te vas a morir". El joven se enfureció, literalmente, y comenzó a gritarle al otro mundo del chico que estaba a sólo un centímetro de su nariz. Comenzó a insultarlo y mi amigo, lo ignoraba con paciencia de ángel. Cuando cesaban los insultos mi amigo volvía a hablar: "dos años, yo sé lo que te digo". Y el joven prácticamente vuelto loco volvía con la seguidilla de insultos, hasta que la chofer detuvo el autobús. El joven, súbitamente, se había vuelto loco con las palabras de otro mundo. La chofer le pidió que bajara, y mi amigo dijo con una calma dulce : "sí, baja de mi autobús". El loco volvió a insultar, a gritar, a intentar empujar al del otro mundo y, en definitiva, ante la petición de las más de ciento cincuenta personas que viajábamos en el autobús, bajó hecho un polvorín. En la siguiente parada, el señor mayor se levantó repentinamente; se levantaba a checar que una maleta más grande que mi caja de libros, continuara justo donde la dejó: cerca de la puerta trasera en la salida. Mientras el checaha y gritaba "díganme si ahí está mi maleta" y otros tantos le decían "que sí, que aquí está" y el volvía a preguntar "¿ahí está?" y volvían a repetirle "qué sí, hombre, que aquí está" escuché una voz qué preguntaba "¿de quién demonios es esto?": era una anciana con el pelo teñido de rubio, que había confundido el andador del señor mayor con pasa manos, igual que yo. "Quien demonios deja sus cosas ahí" refunfuñó y se sentó en el lugar que el señor mayor había dejado para checar su maleta. Como era de esperarse, ya convencido de que nadie le había robado, el señor regresó: "señora, ese es mi lugar" "cuál lugar" "ese, señora, donde está usted sentada" "aquí no había nadie ¿es de usted esa cosa que estorba en el pasillo'" Si yo me levantaba, y arrastraba hacia otro lugar mi caja de libros, era probable que la anciana tomara mi lugar, y el señor del andador estuviera contento: eso hice. Arrastré la enorme caja de libros de Vena Cava hacia la puerta trasera del autobús, junto a la maleta del señor y le hice señas "no se preocupe, aquí se la cuido". 

d.