Después de escribir Querida Fábrica, había decidido no escribir más poesía. Consideré que era mi último libro. Luego, junto a Rodrigo Flores, escribí Intervenir (un libro con edición limitada a 30 ejemplares que regalamos en una fiesta en el D.F.). Después de escribir Querida Fábrica tuve miedo. Me asustó estar acercándome a una especie de fascinación por los cuerpos muertos. Recorría cuerpos imaginarios con pasión por su inercia y por los interminables significados y símbolos que provoca la muerte. Hoy recibí un link a una colección de fotos de Fernando Brito, y el link era anunciado como "necropoética". Si hubiera podido elegir una fotografía para ilustrar la portada de Querida Fábrica, hubiera sido una de Fernando Brito, sin duda.
      Comencé escribiendo ese libro con la idea de un personaje enamorado de la fábrica, de la industria, de su lugar de trabajo y las situaciones a las que la vida laboral lo somete, en los recorridos de una rutina dentro de esas naves industriales típicas de la frontera y, supongo, típicas ya del mundo entero. Las naves industriales son ahora para el desarrollo de los países, como los iglús para los esquimales. No sé en qué momento el amor por la fábrica se convirtió en el amor fascinante hacia un cadáver. No sé en qué momento, la fábrica con sus tonos metálicos y procesos sincronizados y automáticos; con sus riesgos calientes y el pulso de una vida sujeto a los motores, se volvió un cuerpo muerto descomponiéndose ante la mirada del amor. Pero bueno. Necropoética, le diría yo también, jugando.

d.