EL NADADOR
Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada./Soy el hombre que quiere ser aguada/para beber tus lluvias/con la piel de su pecho./Soy el nadador, Señor, bota sin pierna bajo el cielo/para tus lluvias mansas,/para tus fuertes lluvias,/para todas tus aguas./Las aguas como lonjas de una piel infinita,/las aguas libres y la de los lagos,/que no son más que cielos arrastrados/por tus caídos ángeles./ /Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada./Tuyo es mi cuerpo, que hasta en las más bajas/aguas de los arrollos/se sostiene vibrante,/como en medio del aire./Mi cuerpo que se hunde/en transparentes ríos/y va soltando en ellos/su aliento, lentamente,/dándoselo a aspirar/a la corriente./ /Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada/hasta las lluvias/de su infancia,/que a las tardes crecían/entre sus piernas salpicadas/como alto y limpio pajonal que aislaba/las casonas/y desde sus paredes/celestes se ensanchaba./ /Soy el nadador, Señor, el hombre que nada/por la memoria de las aguas/hasta donde su pecho/recuerda las pisadas,/como marcas de luz, de tus sandalias./ /Y recuerda los días cuando el cielo/rodaba hasta los ríos como un viento/y hacía el agua tan azul que el hombre/entraba en ella y respiraba./Soy el hombre que nada hasta los cielos/con sus largas miradas./ /Soy el nadador, Señor, sólo el hombre que nada./Gracias doy a tus aguas porque en ellas/mis brazos todavía/hacen ruido de alas.

                   Héctor Viel Temperley. (Buenos Aires, Argentina. 1933-1987)