Lady es la perra de mi vecina, Margie. Hoy, inusualmente, se acercó a mi patio y ladraba para que yo la escuchara desde la cocina. Cuando me acerqué, pensé que iba a encontrar a Margie con ella; Margie siempre salía con Lady, o las dos se quedaban dentro de casa. Hoy fue la primera vez que vi a Lady sola. Lady y Diva se llevan bien, se tocan con la punta de la nariz a través de la malla del patio que sostiene el viñedo. Yo siempre le regalo una galletita de carne a Lady. Cuando me di cuenta que estaba sola pensé que Margie estaría dentro de casa, de todos modos le di su galletita de carne. La olfateó, me vio y después comenzó a ladrar hacia la ventana que da a la recámara de Margie. Una casa tan antigua como la mía. Me preocupé, llamé a Margie. No me contestó. Me asomé por las ventanas de su casa. Vi la cama de Margie destendida. Margie es impecable, ordenada y profundamente femenina, como Lady. Llame a Sara, para preguntarle qué hacer. Sara habló con una amiga de Margie que le dijo que Margie había salido e iba a tardar, por lo que le dejó la puerta trasera de la casa abierta a Lady. Me tranquilicé; sin razón alguna me entraron ganas de esperar a que llegara Margie para platicar, salí y hablé con Lady otra vez: ahorita viene Margie, Lady, le dije. Media hora más tarde Sara volvió a llamarme porque, justo cuando Lady vino a la ladrar hacia nuestra casa, en el mismo instante que Lady después ladraba hacia el cuarto de Margie, Margie estaba muriendo en un hospital. Querida Margie, sino fuera porque Lady me avisó yo estaría aquí, sentada entre el viñedo, contemplando tu árbol de aguacate, esperando que llegarás para platicar. No te preocupes, Diva y yo ya queremos a Lady, es toda una (aunque muy triste) dama.

d.