Digamos que me identifico más con el pesimismo que con el entusiasmo. Mi lenguaje nació y se fortaleció a través de los grandes novelistas; la poesía vino después, no recuerdo cuándo. Ah, sí, cuando comencé a aislar en mi adolescencia las frases que recordaba de Pedro Páramo (eran un gran poema). Hablar de Pedro Páramo, o de Rulfo ya es un lugar común, así que. Uno de mis novelistas preferidos es Antonio Lobo Antunez, Y otro más, Jesús Gardea. No soy entusiasta. Creo que los seres humanos somos una miseria profunda recubierta de grandes esperanzas. También amo la escritura de Yasunari Kawabata. A Joyce nunca lo comprendí,. lo siento. Y a Broch comencé a entenderlo demasiado tarde. Samuel Becket me poseyó sin que me diera cuenta (los riesgos que corre un pesimista leyendo a otro). Por eso, en ocasiones, me da miedo leer las novelas de mis amigos. Me da miedo pensar que, tal vez, su trabajo no pueda entregarme lo mismo que me ha entregado Kawabata, o Rulfo. El primero en sorprenderme fue Gardea, a quien -aunque me regalaba sus libros- no leí hasta después de su muerte. Agradezco no haberlo leído antes, porque la admiración me paraliza estúpidamente. Con el tiempo me he comenzado a preguntar ¿cómo es que ellos son mis amigos? No me refiero a Lobo Antunez, por su puesto. Me refiero a ciertos amigos que la vida me pone en el camino y resultan grandes novelistas. He perdido el miedo a decepcionarme de los textos de mis amigos, así que, si la novela de uno de mis amigos aparece publicada, digamos, por City Lights (por ejemplo) procuro leerla. Eso me sucedió. Acabo de leer una gran novela. Hace mucho tiempo que no leía una gran novela de un escritor vivo. (Que me perdonen Cristina Rivera Garza y Mario Bellatin, pero no he podido conseguir sus libros últimamente, aunque -de verdad- los quiero). Y estoy, todavía, en esa especie de silencio que una gran novela deja cuando uno termina de leerla. Una verdadera novela no termina después de leerla. Siembra un silencio, un estado de ser: un silencio que dice. Es difícil para mí describir las virtudes de una novela, lo que sé de cierto es cuando la novela da ese golpe, el golpe que nos enfrenta con otra realidad, y que -por fortuna- siempre es inesperado. Las novelas que me gustan no se construyen únicamente con pura inteligencia, por lo menos no con con ese tipo de inteligencia que nos entrega todo, esa inteligencia incuestionable sino con una inteligencia que duda de todo, que nos mantiene en un estado interrogativo, que despierta preguntas.  Lector ¿no le gusta dudar? ¡pero si dudar es la consciencia de una curiosidad despierta!
Me encantan los novelistas porque cuando escriben pareciera que han pasado una vida entera observado una sola habitación y con ello lograron construir una página ¿Cuántas vidas se necesitan para escribir una novela?. Están en lo que describen.  Es una manera de transmigrar ¿Cómo logran estar en los objetos que describen? Es una virtud mágica. Pero, conforme una buena novela avanza, me doy cuenta de que los grandes novelistas no sólo saben estar en los objetos, sino que les dan vida (aaarg, estoy diciendo llanas obviedades) y esa vida (como toda vida real) tiene infinitas profundidades. ¿Y ustedes pretenden que yo crea que esa ,manera de conectarse con el alma propia  (y sus ilimitadas dimensiones) se aprende en la academia? Discúlpenme, soy demasiado pesimista. Lean Ether. Qué fortuna para sus alumnos tener de maestro (sin saber quién es) a Ben Ehrenreich.

d.