Esto es una gran ciudad. Recorrí todo el barrio chino buscando un galón con leche de soya: no existe. Entonces caminé hasta la avenida César Chávez donde encontré un supermercado que vende leche Altadena. Harta de visitar chiringuitos, decidí caminar hasta mi oficina, en la torre de artistas primaverales en el mero centro. Encontré mi oficina desordenada, mi correo impecable, y a Andy (el portero) como siempre, optimista y platicador. Desde el distrito de los bancos, los hipsters comenzaron a aparecer, tan entusiastas como Andy, pero más cool, algunos en bicicleta, otros en chanclas y las chicas en mini shorts paseándose a sí mismas agarradas de la correa de mascotas a quienes ignoran, mientras hablan por celular.  (O pagan 7 dólares por sentarse en la orilla de la banqueta a beber un café que realmente cuesta 5 centavos).
Los homeless comenzaron a saludarme, como siempre. Unos en la banqueta, dibujando, escribiendo. Otros hablando solos. No entiendo cómo es que esos que hablan solos, cuando paso, se dirigen perfectamente a mí: hello! Ah, la miseria de esta ciudad no es mi miseria, por eso me conmueve. Entré al 7 eleven y sólo tenían leche de soya sabor vainilla. Así son las grandes ciudades, todo escasea, nada es sencillo de encontrar y, peor aún: nada es cierto. Estuve media hora esperando el camión sobre Brodway y me di cuenta de que uno de los viejos edificios, convertidos en Lofts, refleja raramente al edificio de enfrente. Los edificios reflejan edificios. Hay quien cree que en estas grandes ciudades se encuentra todo, y sí, todo está aquí, sólo que cada barrio es una ciudad distinta, con sus costumbres distintas y sus productos distintos. Puedo apostar que en el centro, comenzaron a surtir la leche de soya hace un par de años, cuando los hipsters tomaron, con sed hollywoodense, el centro que era llanamente propiedad de nuestras pandillas (esos infiernitos). Por eso ahora también hay más policías a las ocho de la noche. Eso no significa que las pandillas dejen de controlar, sino que, supongo, han llegado a un acuerdo para no molestar a los turistas que (imaginan) viven en el centro de una metrópoli (jua). Les parece que los homless, los lisiados y mis amigos que pasan todo el día hablando solos y orínándose sobre sí mismos mientras dibujan o escriben descontroladamente en muchos papelitos, son parte de esa "realidad cinematográfica" donde la policía está para defenderlos: cuánta heroicidad. No tuve más remedio que volver a china con esa leche que no es leche, que tiene un ligero sabor a una vainilla que no es vainilla. Porque desde el centro de esta metrópoli que no es una metrópoli sino una cacerola gigante plagada de pequeñas provincias no me movería hasta Santa Mónica, Hollywood,  Pasadena o Silver Lake ¿verdad?

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