El mundo es una excusa para escondernos de la vida. Casi estoy convencida que, como ciertos minerales, o cierta flora y fauna, las personas también nacemos y sobrevivimos mejor en ciertos territorios. Hay quienes serán californianos, niuyorquinos, o costeños: yo soy del desierto. Hoy estuve en el corazón del desierto, de éste desierto ¿sabían ustedes que con ocho mil dólares puedo comprar un arenal para fincar mi casita ecológica alejada del mundo? En el desierto florezco. Hoy vi la fotografía de mi identificación de california, mi cara es la de un perro regañado. Mis retratos junto a las montañas de piedra que eran refugio para los apaches me dibujan, para decirlo de alguna manera, en mi mejor ángulo. Y por si no me bastara con la alegría que siembran en mí los territorios donde crecen y se reproducen mínimas cosas, estuve con los hombres del desierto. Los hombres del desierto son los dioses de la masculinidad. No me refiero a todos los que viven en el desierto, sino a los que llevan el desierto en su corazón, y los rituales para bendecir el desierto en el alma: estoy enamorada. Pasaría las noches enteras de mi vida con ellos madrugando en el desierto, como los animales. El desierto es mi inmensidad ilusoria favorita.

d.