Escribo en formato de blog desde hace diez años. He tenido más de un blog desde el momento en que Heriberto Yépez (sin mucho esfuerzo) me hizo creer, en el año dos mil dos, que el blog era la alternativa para quienes no teníamos (ni queríamos tener) acceso a las publicaciones institucionales (cuánto cambió la vida de Heriberto gracias a su blog, y mi vida -gracias e mi blog- no cambió ni un ápice, jeje). El blog generó el surgimiento de mi otra prosa. La prosa que no nace en una de las hermosas máquinas mecánicas de escribir, a golpe de letra. Por alguna razón el blog es para mí un territorio que complementó mi separación de los medios de comunicación en mi país, por decepción. Ojito: no me decepcionan los compañeros periodistas (por lo menos no la mayoría) pero sí, al estar muy de cerca del único periodismo que se hace en mi país: el periodismo que marca la línea que le conviene a las corporaciones; y donde los dueños de medios cambian encabezados y manipulan la información sin importarles las cabezas de sus reporteros o investigadores; decidí no batallar en esa línea.
Dejar el periodismo cuando se ejerce por vocación,  es dejar de aprender; el periodismo es una vocación que nace y crece todos los días, contra reloj, al propio ritmo de la vida y el mundo. Una buena alternativa, para no dejar mi pasión por el periodismo fue establecer mi blog. Y con él (que antes se llamaba Tabla sin asidero) he experimentado una forma nueva de escritura. Es periodismo, porque lo escribo casi diariamente y no lo es porque sostengo -no mi punto de vista- pero si mi propia percepción de un entorno social que no puedo negar y en el que reflexiono constantemente. Se convirtió mi blog en la forma narrada de las situaciones que vivo y en las que pienso siempre.
Últimamente me ha dado por pensar, de manera casi obsesiva, en el amor. Comencé a escribir un libro de amor. Repentinamente creí que, por primera vez en mi vida, estaba lista para escribir un libro de amor. Una parte del libro de sabiduría china I Ching dice "La justicia es la forma externa del amor". Lo creo, no lo voy a negar. Pero hoy, pensaba en el amor mientras caminaba hacia La Morenita (un restaurant-panadería-tienda de abarrotes cerca del carro en el que vivo) y descubrí que quizá no es amor lo que siento, sino necesidad de justicia. Por ejemplo: he pensado en participar en un concurso literario. Siempre he creído que competir es la estupidez perfecta en la que el ser humano puede poner toda su energía. Competir es ya, en sí, perder. Si ganas te sientes superior, si pierdes te sientes frustrado: logro y fracaso son dos de las peores trampas con las que la vida puede destrozarnos. Bueno, decía que pensaba en mi necesidad de justicia porque, descubrí en mi caminata que, aunque la idea de concursar se relaciona a la miseria absoluta en la que vivo, también tiene que ver con la posibilidad de ganar el concurso ¿y para qué quiero ganar un concurso más allá de obtener de golpe, a cambio de un libro, cierta cantidad de -eeewww- dinero? así obtuve la respuesta: siento necesidad de que la vida sea justa conmigo. Jua. Ya ni les cuento qué me respondí a la pregunta ¿por qué me quiero enamorar? Uno puede vivir en la ilusión de esas dos cosas para siempre. Y ganar concursos, sí. Y enamorarse, sí. Pero eso no me haría sentir satisfecha porque ninguna de esas dos cosas son la justicia, sino lo que yo creo que la vida me debe. En realidad la vida no me debe nada, ni yo le debo nada a ella, así que -benditas caminatas- no tengo necesidad de ninguna de las dos cosas y eso me hace sentir profundamente tranquila. ¿El libro de amor? lo seguiré escribiendo, por supuesto.

d.