"Tocan a la puerta. Miro la hora: son pasadas las doce del día. Hace cuatro que estoy trabajando. El calentador de petroleo mantiene a raya el frío, que en el transcurso de la mañana ha subido de intensidad. No me he quitado sin embargo el saco, ni el viejo suéter, como si esperara tener que salir de un momento a otro. El café y el pan de esta mañana los siento distantes en el tiempo. Vuelven a tocar la puerta. Los disparos de los nudillos contra la madera resuenan magníficamente; convierten mi casa en una catedral de amplias, desoladas naves. Me resisto a levantarme y a frenar el impulso adquirido. Pero en la puerta insisten. No tengo escape. Debo ir. Me separo con pena de la hoja en la que estaba escribiendo, y le doy un golpecito con los dedos a la máquina, como a un animalito muy querido: ya vengo, le digo."

                                                       Jesús Gardea. Ángel de los veranos.

d.