Hoy celebro la sentencia de muerte que fue ejecutada en mi contra en mi propio país el año pasado, precisamente el diez de marzo. Si vivir en el centro de la guerra me parecía romántico (rodeada de soldados, militares, sicarios, Felipe Calderón y demás sombríos asesinos) fue porque nunca imaginé que había algo más romántico todavía: una escritora que ha perdido todo (incluso el cabello, el maquillaje y el barniz de las uñas). Celebro que no soy la misma, me he transformado completamente: después de veinte años ha dejado de obsesionarme el primer movimiento de la sonata 32 de Beethoven Op.111 interpretada por Sviatovlach Richter. Ahora tengo una incontrolable fijación por la segunda mitad del segundo movimiento de la misma sonata -más intensamente durante el minuto 2:08 y hasta el minuto 2:13, de este video- (lo siento, sólo puedo escucharla con Richter); mi preferida: la 32, quizá porque el romanticismo en esta pieza va en aumento, igual que el romanticismo de mi vida. No se para ustedes, pero para mí eso sí es un concierto. Y eso que toca el piano sí es un músico. Y en esos papeles frente a él sí hay música escrita. Y ahí está, solito, con un piano nomás, en medio de un salón. La realidad es tan maravillosa, entonces ¿por qué llamamos músico a cualquier miserable, y concierto a cualquier aglomeración y música a cualquier síncope? Disfrútenlo.


d.