Pasé una hora buscando mis lentes de “leer”. Ya los daba por perdidos porque juraba que sabía perfectamente que estaban en ese estuche de piel cincelada con flores que me gusta tanto. Mis lentes son amarillos y también me gustan mucho. Recordé esa forma neblinosa en la que se filtran las sensaciones en ciertos objetos dentro de las novelas de Yoko Ogawa. En una de ellas a un hombre le gusta escuchar el canto de un grillo que lleva dentro de una cajita. La descripción que el hombre hace de los cuidados que le procura meticulosamente a esa cajita para que el animalito cante mejor, son impresionantes. En inglés se diría petting, creo. Es una palabra para la que no tenemos una traducción al español, es como una caricia pero a la vez un cuidado extremo (que los mecanismos funcionen correctamente), implica cariño y en ocasiones deseo, en fin. La novela la leí en español a fin de cuentas. Pensé en ese estuche de mis lentes como en esa cajita. 



Los lentes aparecieron en otro estuche, por eso no los encontraba. Las novelas de Yoko Ogawa despiertan en mí añoranza. Hace meses que cargo conmigo uno de sus libros que no he leído. Parte de mi entusiasmo por la vida se relacionan con que ese libro está ahí y uno de estos días no muy lejano, voy a leerlo. Tal vez. Hoy quizá, que encontré mis lentes. 

Ciertos objetos pareciera que adquieren un alma con el paso del tiempo, no me refiero sólo a objetos que sirven de nuestras prótesis para percibir el mundo. Objetos con los que uno se relaciona de manera diaria, maderas que se van alimentando con nuestra propia grasa, con el sudor de nuestras manos. No sé. Leer a Yoko Ogawa me hace pensar en esas interdependencias que no sólo son vínculos como hilos, sino como intimidades, como caminos lentos y vivos. Solemos pensar en los vínculos como algo frío pero en realidad, por ejemplo en los vínculos amorosos existe también con el paso del tiempo un intercambio hormonal constante. Un ir, venir y permanecer sin estar necesariamente genéticamente relacionados. Ahora imagínense toda la vida nuestra que existe en el cuerpo de nuestra madre. Toda la intimidad aunque a veces pareciera que estamos tan lejos la una de la otra. ¿Qué clase de organismos somos? Esta tarde podría caminar veinte minutos hasta la frutería del barrio o tomar un uber para evitar las ráfagas del viento. Pero ese caminar, esa atmósfera, también despierta un vínculo. Suceden vínculos íntimos en los paseos. Con los colores, con los elementos de la naturaleza. Con los ruidos de una calle ocupada. En estos tiempos también podemos desvincularnos fácilmente de aspectos tan hermosos como el trajín de una ciudad. Cada uno en su mente, concentrado, moviendo los hilos de esta maquinaria que sostenemos y nos sostiene. Alimentando con nuestra propia grasa los mangos de las escobas, sudando el interior de nuestros zapatos, absorbiendo los químicos limpiadores a través de las palmas de nuestras manos. De respirar todo ese enjambre me perdería por evitar el viento. Un ejembre noble que a veces es rondado por agentes de la guardia fronteriza que llegan sorbiendo el mismo aire pero por alguno razón parece que no se vincularan con nada, ni con sus guantes de piel tan relucientes. Sus guantes parecen lisos, y su grasa pareciera de otra calaña. Me parecen tan miserables. Tan jóvenes. Tan pobres. Uno de los houseless del barrio suele quedarse petrificado cuando los ve llegar, como si viera el diablo. Sin embargo, comen en los mismos restaurantes deambulan entre nosotros pero no son iguales. Incluso si no llevaran uniforme: no son iguales. Parecen cubiertos de una película imperceptible anti adherente. Esos también son vínculos muy íntimos, vínculos evidentes en la piel y en el cabello, como si todos ellos usaran la misma clase de desinfectante. Ellos se mueven en ritmos distintos que nosotros, parece. Y me hacen recordar ciertos laberintos por los que tuve que pasar durante mis entrevistas para obtener asilo. El asilo es otro vínculo profundamente íntimo y muchas veces triste. Y caminar por esos laberintos es como caminar dentro de una infinita nave espacial, debo decirlo. Ya les contaré luego todo lo que yo vi ahí adentro porque ahorita voy a la frutería: hacen unas tortillas de harina uf!  Para chuparse los dedos!