Es de noche. Es viernes. Y yo tengo una energía descomunal. Energía por decir. Iba decir que hace un calor infernal pero estaría mintiendo. Hace calor. Un calor que no me molesta. No me molesta el calor. No me molesta sudar. No me molesta ser humana y vivir en el desierto. Estoy llegando al punto en que no sé cómo empezar. Eso me habla bien de mí a mí: no sé cómo empezar. Tengo una primera frase, como siempre y me maravilla no saber cómo empezar.
Me entusiasma. No sé cómo empezar, pero voy a empezar porque así sabré cómo es que empecé. No sé que va a resultar y eso también me entusiasma porque sólo hasta que conozca el resultado conoceré el resultado. La cosa nueva, que le llaman. Pero de nueva nada. Nada. Agua nomás. Así. Empiezo un libro que no es un libro. Un libro que comenzó como un regalo. El regalo se borró y quedó esto, sólo mío. Con lo que voy a construir algo que no promete nada. Nada de promesas, como siempre. Nada de nada. En fin, que ya comienzo. Así: