Nada nuevo. Escribo otro libro que debo terminar la semana entrante. Ese libro se alejó de mis obsesiones más persistentes (jua! qué obsesión no lo es) y comenzó acercarme más a una percepción zen. La percepción zen se manifiesta de forma simple, pero es un estado de ser muy difícil de alcanzar; entre más uno intenta ver el lado simple de las cosas, con más fuerza se manifiestan los procesos oscuros: el pensamiento persistente. Así que, por ejemplo, el hecho de pensar en el sol puede plagar todo súbitamente de nubes cuajadas de aguaceros; pero al final de la descarga nos daremos cuenta que el sol siempre ha estado ahí y, de hecho, es imposible que el sol sea cubierto por algo. Las nubes son, únicamente una capa que se interpone con la realidad. Pero hay que ver la nube, hacerla llover antes de poder alcanzar a percibir cualquier otra cosa. Digo esto, porque en el proceso de contemplar la nube y sus tormentas para este libro hoy en la tarde, comencé a sentir rabia, comencé -como suelo comenzar- a enojarme con el mundo. Escribí y escribí y el enojo no encontró reposo. Un amigo me invitó a la plática de un Swami, un maestro indú que ha viajado en carretera por EU dando diferentes enseñanzas, después -me dijo- te invito a cenar. A medio día me llamó para decirme "paso por ti a las 6 15, para que me esperes en la puerta de tu casa" Yo, como ya les dije, estaba enojada con el mundo. Hice un esfuerzo sobrehumano para no responder "¡Qué! los Gurús mandan flores a antes de salir conmigo y tú me llamas para evitar la fatiga de tocar la puerta" pensé, ok. es la cultura de esta ciudad, los hombres en este zona geográfica se comportan así. Me bañé a regañadientes pensando "qué tanto más puedo aprender sobre induísmo, yo ni tenía pensado moverme de aquí hoy". Tal y como dijo, dos cuadras antes de llegar a mi casa, mi amigo me llamó para avisarme que estaba a punto de llegar, para que "lo esperara en la puerta de la casa".  "Sí, como sea" pensé. Seguí escribiendo otro poco y recibí otra llamada para salir porque, efectivamente había llegado y yo, no estaba esperándolo en la puerta de la casa ¿¿¿??? para ese momento ya lo odiada. Di de comer a Diva, le puse su suéter, me despedí de ella cariñosamente y salí "Hola, feliz año". ¿Vamos a llegar tarde? pregunté. No, empieza a las 7. ¿A las 7? ¿Y entonces cuál es la prisa? "Me gusta llegar con tiempo" ¿¿¿¿WTF??? volví a pensar. "¿Cómo estás?" me preguntó "Ja, estoy encabronadíííísima con el mundo" le dije. "Escribo un libro que me hace encabrornar en el proceso". Para colmo encontramos un trafical, pero llegamos "con tiempo"; como llegamos "con tiempo" tuve oportunidad de conocer a quien después resultaría el Gurú que dio la clase. Un hombre iiiiiincreiiiiible. Totalmente indú. Que guió una meditación maravilloooooosa.  Que me hizo reír a carcajadas y me explicó porqué el tiempo es sólo duración de espacio a espacio y ahí, donde está Dios hay: nada ¡Nada! (yo no podría explicarlo, pero juro que cuando él me lo decía yo "entendía" perfectamente -si es que había algo que entender-). Nos doblábamos de risa. Sus ojos son como dos pozos infinitos. Me reí más cuando me decía cosas como "yo te amo a ti, tú me amas a mí" ahí no está Dios. "Yo me caso contigo, tú te casas conmigo" ahí no está Dios. "Donde está Dios hay nada: na-da". Sobra decir que no hubo necesidad de cenar con mi amigo, el de la prisa en esa duración entre un espacio y otro. Cenamos en el templo una arroz vegetariano, salsa de yogurt y dátiles, bendecidos con esa esencia en la que, efectivamente Dios, no existe. "La flor de loto vive en el agua" me dijo "pero no es tocada por el agua. Así deberíamos vivir, como flores, rodeadas de fabebook, de tuiter, de teléfonos, ¡de Google! sin que Google nos toque" Jajajaja. Sigo riéndome todavía. Swami Chidatmananda, en estos momentos continúa su camino por carretera hacia otra ciudad de este lugar que el convierte, esporadicamente para algunos de nosotros, en paraíso.