No sé qué vengo a escribir hoy aquí. Hoy es domingo, como diría la ópera tango de Ferrer. Y hoy desayuné yogurt con miel sobre rodajas de plátano y una cubierta de frambuesas, todo colocado en un tazón de cerámica portuguesa que no tiene precio. Contemplaba la combinación y tuve una especie de éxtasis cotidiano, estos momentos en que la luz y el silencio de una casa antigua, de un plato antiquísimo y los regalos que nacen de la naturaleza, hacen sentir a uno privilegiado. Sólo me faltó estar envuelta en un kimono después de haber amado pero, esas son nimiedades. Cuando uno vive en el centro del hongo de la bomba nuclear no queda más remedio que disfrutar las pequeñas cosas que generan la manifestación del tiempo antiguo: la cerámica, la casa, el sol de media tarde, el silencio, y tener el momento en la cama para poder preguntar ¿veo una película sin desayunar? ¿me levanto? Y después seguir el impulso italiano de disfrutarlo todo, hasta el camino con los pies descalzos de la recámara a la cocina. El oro de la miel en el café. La compañía del perro. Pareciera que no estoy parada en un polvorín. Todavía no decido si poner una película o esperar a que baje la tarde. Estos días mis amigas han llegado a la casa con botellas de vino, cajas con bocadillos y muchas ganas de platicar. Así que el vino (yo no era de las que toman vino y ya ves) se ha vuelto parte de mi semana. Espumoso y rosado, tinto, pinot noir. Bocadillos de todas clases: dulce de membrillo, galletitas de trigo, queso, fresas, te. Supongo que debería alegrarme. Supongo que me alegro. Me alegro. Una o dos veces por semana salgo con un muchacho que tiene una piel y cabello de matices impresionantes. Que me dice hola por mensaje de texto diariamente e intenta entablar una especie de conversación emocional en el centro de nuestra amistad. No sé quién soy. No quiero saber quién soy. Tampoco entiendo esa manera mía de establecer los vínculos. Contigo. Con él. Con mis otros amigos. Con mis amigas todo es mucho más claro. Claro: los hombres (toda la vida) han sido mi perdición y mi tormento, tal vez por eso los adopto a todos. Rezo por todos. Me enamoro de todos. ¿Por qué la masculinidad me parece un tesoro? Si tuviera que definirla o describirla no podría. Me parece, sencillamente, una joya. No es que vea a los hombres como un simple objeto, es que me parecen dimensiones infinitas e inexplicables: maravillosas. Últimamente salgo con un muchacho acostumbrado al discurso del "hombre malo" que sostienen algunas mujeres. Tampoco la historia les hace mucho el favor: son unos animales hambrientos de poder, máquinas construidas para la competencia y la cacería y hace siglos que las políticas mundiales torcieron su percepción para que nos traten como la más peligrosa amenaza. Pero fuera de esas pequeñas cosas ¡Dios mío! Los hombres son la fuente de la creación, la fuerza vital, el motor que sostiene el mundo. De verdad que, si pudiera: les lavo, les plancho y les cocino. Pero ¡ah, mi destino traidor, que hasta si compro un pastel se me quema! (bien dicen que Dios no le da alas a los alacranes).