No escribo el libro. O sí escribo el libro aquí. Después de tratar con tantas editoriales y subes y bajas de lo que un escritor debe "lograr" en el escenario (¿?) me dan ganas de que el libro sólo suceda aquí. Sin ediciones, para que cualquier mano haga lo que quiera con él. Hoy desperté feliz. Feliz porque vuelvo a acostumbrarme al silencio de este desierto; el silencio de primavera que se interrumpe por el sonido burbujeante de algún pájaro. Ayer pensaba que quiero vivir en Uruguay ¿quién no quiere vivir en Uruguay? pero también quiero vivir en Barcelona. Comprar sin reparos los libros de Balash. Por un tiempito nomás, no creo en eso de que la vida tenga que instalarse en los propios deseos; también quiero vivir en Ecuador, en Cuenca. Y no es que sea la poeta que añora un viajecito al sur. Nada más quiero vivir un poco alejada de la vigilancia, el humo, y los mecanismos de infierno del norte. Ya soy especialista en el infierno. Ya le conozco el gusto. Bailo, me río, veo a los amigos como flores. Porque para eso es el infierno, para aprender a disfrutar al punto más insignificante (linda palabra: insignificante... de esas palabras que nombran algo que no existe... ¡todo significa!... nada significa, en fin). La Diva ladra cerca del callejón. Los vecinos salen a mejorar sus jardines, en el infierno. ¿No es hermoso? Es como ver la vida naciendo en el centro del humo de un hongo nuclear. Te quiero, por eso soy feliz. Eres para mí como un regalo de los que mi papá colocaba sobre mi cama envueltos en papeles rosas y moños satinados. Así es el mundo: eres mi padre. Eres la flor. Eres el infierno. Uruguay. Barcelona. La luz de esta recámara, la carta y el silencio.