No pude dormir. Anoche, en cuanto mi cuerpo tocaba el fondo del sueño me despertaba una voz llamándome. El ruido de las patas de Diva en el pasillo. Alguna mujer platicando en la calle, Abría los ojos sólo para percatarme que Diva no se había movido de su cama, no había nadie en la calle y -por supuesto- la voz que me llamaba no existía. Soñé a a mi madre llorando. Nunca he visto a mi madre llorar. ¿No es extraño? El lugar de donde yo nací no llora nunca. No sé cuándo mi madre decidió no llorar. Mientras escribo esto la olla con la reserva de avena granulada que traje de Los Angeles se desborda en la estufa, envuelta en llamas. Ah, mi destino, Apenas hace dos días yo estaba plagada de esperanzas. Dejé de frecuentar noticias, dejé de "enterarme" de las cosas. Comencé a vivir en un mundo más amplio, a ver la red de internet como algo positivo, a sostener decisiones para cambiar algunas cosas. Pero ayer no sé qué pasó. La esperanza se parece el miedo pensé. No me informo acerca de la guerra, no sé cuántas personas están muriendo a un lado, no tengo idea de lo que pasa en medio oriente. Pero a fin de cuentas todo lo que pasa en el mundo está dentro de mí ¿no es cierto? Tener esperanzas es como estar completamente loco. Esa sensación de no tocar la realidad me conmociona, me asusta muchísimo, me paraliza. Entonces me detengo y vuelo a las masacres, a los gobiernos totalitarios, a pedir libros por correo. A intentar de justificar lo que sucede de manera absurda ¿Acaso no -consciente o inconscientemente- todos justificamos la guerra de alguna manera para continuar vivos? Veo fotos del Uruguay, mis amigos bailando, celebrando sus libros, haciendo música. No es cosa del lugar. No es cosa del lugar, me digo. Ah, Latinoamérica, qué terrible verte de aquí, desde esta cárcel. Cómo desde el sur nace la esperanza que se transforma en terror conforme avanza el territorio hacia esta otra parte del mundo ¿pero acaso no somos lo mismo? No, pareciera que todo se va descomponiendo conforme el territorio avanza. Han sido años de golpes al sur, años de intentos desmesurados de la guerra para volver polvo el sur y el centro. Años con unas ganas de esclavitud y de exterminio que caminan. Mis reflexiones rayan en la cursilería. Pero la cursilería es preferible al dolor encerrado. No estoy llorando, no tengo ganas de llorar. Añadí sin escrúpulos una cantidad de miel abundante a los granos de avena que pude rescatar de la estufa. Miel. Para tranquilizar mi corazón no pruebo la miel, soy la miel.