No es mentira. En mi casa han comenzado a aparecer esferas brillantes, por la noche. Espero que no sea alguna clase de contaminación nuclear y no, no son luciérnagas. Ayer, mientras caminaba en el desierto pensaba en esa raíz etimológica: murcier-lucier... Anoche observé por mucho tiempo las esferas, e hice pruebas hoy en la mañana en casa de mi hermana, para cerciorarme de que no se trata de un fenómeno ambiental, o alucinatorio. En casa de mi hermana de esferas no hay ni pío. ¿Ven para qué funciona vivir cerca de la familia? ¿A qué casa de amigo puedo yo tocar en la mañana para pedirle que me permita cerciorarme de que en su casa no hay esferas brillantes flotando como esporas? Bueno, el caso es que amanecí con esa raíz que no me sé de memoria y que no he entrado a investigar a la internet (murcier-lucier). También, verá usted, doctor, me desperté con la obsesión de cambiar la "c" por la "s" en todo lo que escribo. Así que cada vez que tecleo aquí tengo que regresar en el renglón y cerciorarme que no haya esferas flotando que cambian la c por la s o la s por la c. Pero esos síntomas son tan comunes en mis percepciones del lenguaje (la emoción de la vida cotidiana ligada a mi actividad favorita) que, como si una televisión vieja comenzara a fallar, ya sabemos que hay que sacudirla de tal o cual manera para que vuelva a sus regularidades. Tengo un evento encima. Presentamos Cielo Portátil en El Paso en unos días; uno de mis amigos más queridos visita la ciudad después de cuatro años de no vernos. Tengo fiesta en casa (y esferas): motivos de alegría que me tensan pero ¿son los motivos de alegría los que en verdad me tensan? No. Me tensa una nueva percepción que oprime mi sistema nervioso. Me he dado cuenta que estoy cansada, que quiero escribir otras cosas, que voy a hacer otras cosas. Que la educación libre en la que vengo (venimos) pensando durante cuatro años aquí (y durante más de 6 años en México), necesita otras plataformas de crecimiento, otras políticas para abarcar y afectar a otras poblaciones, no únicamente a los grupos diminutos con los que trabajamos. Tenemos solución, cierto. Cosa de estudiar, investigar, escribir, dirigir, actuar, reconstruir, influir, introducirse, copiarse, confabularse, vestirse, arreglarse, y salir a caminar: ampliarse. Esa dimensión no es la que me atormenta. Lo que me atormenta es que, mientras reflexiono en las maneras en que (ya empecé) a escribir lo que quiero escribir en torno a las condicionamientos humanos, el tiempo dentro de las estructuras educativas, e imaginar la creación de nuevas políticas para la educación pública, me doy cuenta que, aunque mi mente avanza más allá del cuerpo, el espacio de mi corazón ha comenzado a reducirse. Cuando lo escribo siento como algo se estremece en mi pecho, como un dolor, como un gran miedo. El espacio de mi corazón se ha ajustado a un sólo molde: al pequeño molde que se ajusta a sus pequeñas preferencias. Mi corazón está invadido de preferencias, de deseos muy claros, está sitiado, amurallado por sus caprichos, no deja entrar a nadie. y alimenta este espacio como a un pequeño jardín oscuro: esperando ¿Esperando qué? Tenemos que ponernos de acuerdo. Así que intento engañarlo: me introduzco al sofá de las películas caseras apretada junto a cinco cinéfilas cubiertas con una sola mantita y tomando chocolate. Veo a los amigos que no veía. Escribo a las amigas que había olvidado, organizo reuniones en mi casa, traigo a mamá para que escuche los LP de Olga Guillot y Mike Laure. Canto dharanis, bailo, pienso en mi Gurú. Tomo baños calientes, acepto masajes, invitaciones a cenar, bebo buena cerveza, compro los mejores quesos, tomo el mejor café, converso con los mejores hombres (mis amigos son los mejores hombres del mundo ¿ya les había dicho?) platico con las plantas, doy paseos por el desierto, acaricio a los animales: y nada... nada.
¡¿Pero qué estoy haciendo?! ¿tratando a un corazón caprichoso saturándolo de sus preferencias? Por remedios fallidos como ese es que uno -sin pensar- contribuye a que las guerras crezcan. Al dolor hay entrar, hay que observarlo, hay que meterle mano con firmeza. Saber asomarse por los muros que aun no podemos brincar. ¿Cómo curar un corazón proporcionándole la enfermedad como medicina?  Mi corazón, complacido por sus caprichos yace con el aguijón dentro: un dolor adornado con flores como una hermosa tumba. Hay que saber entrar al infierno de uno mismo si se quiere avanzar. así que, de una vez por todas, allá voy: al infierno (con mi traje de buzo), cargo mi mantita y mi taza con chocolate, pero voy, a verme. El espacio no puede esperar.

pd. ciego, del latín caecus...mus-mur: ratón; cegalo-ciélago: ciego
luz: del indoeuropeo leuk, emparentado con el griego leukos (blanco). lucerna (lámpara): luciér: lámpara y aga, sufijo prerromano locativo
Sí, la coincidencia está en la luz... el sufijo fue una transformación accidental en el caso del ciego.