Exvoto creado por José Antonio Castillo Riaño
post dedicado a mi querido amigo 
Hugo García Manríquez

Hace tres días, mientras arreglaba el jardín y trasplantaba algunas macetas pensé "qué bien quedaría aquí una mesa de patio". Hoy regresé de la escuela a las diez de la mañana y la mesa estaba ahí. Sí, como lo oyen, ahí, en mi patio estaba la mesa de vidrio grueso y hierro forjado. Un poco sucia, cubierta de tierra, vieja, pero estaba ahí. Justo como la había imaginado. Sara, mi amiga y casera, decidió deshacerse de ella y, por razones que desconozco, mandó a alguien para que la dejara en mi casa "que la puedes usar, si quieres, dice Sara". Me dio tanta alegría que inmediatamente comencé a lavarla y pedí ayuda para colocarla justo donde imaginé. Wow, es una mesa grande, espaciosa, como para trabajar al aire libre, mientras las uvas crecen y mi ciruelo y yo continuamos enamorándonos. A eso yo le llamo poder creativo. La capacidad de imaginar, y que lo imaginado se manifieste, se vuelva tangible. También le he estado dando vueltas a la definición de "experiencia"  ¿la experiencia siempre pasa por el cuerpo? ¿la experiencia recorre el cuerpo? ¿cómo hago para transmitir la experiencia del poder creativo? En fin. La creatividad no consiste en pegar sopitas a una hoja de papel ¿o sí? ¿quién puede definirlo? ¿Hace falta definirlo? Bueno, yo creo que la experiencia debe pasar por nuestro cuerpo antes de poder comunicarla, es decir: si no ha estado en nuestro cuerpo, no es experiencia. Y si por nuestro cuerpo no ha pasado la fuerza, el poder que la imaginación impulsa al grado de manifestar lo que imagina, no hemos creado un carajo: hemos puesto en práctica la reproducción, la representación. Me refiero a estos dos "conceptos" porque mi vida se sostiene en la creatividad, mi mundo es el mundo creativo; muchas veces siento que vivo en la pintura que está impresa en algún kimono. Últimamente mi relidad es tan bella que tengo problemas para identificarla, siento que no es verdad. Los colores de mi mundo son maravillosos, el color de mi piel, la mesa roja en el comedor, el porche que da a un pequeño jardín que yo he sembrado, los colibríes en mi ventana. Mi cama, la luz que entra en mi recámara, los mensajes de mis amigos. Mis amigos ¡mis amigos son tan hermosos! parecen ángeles. En fin. Ahí vivo. Es el lugar que he creado en medio de una de las ciudades más pobladas del mundo. En la casa en que vivo ¡hay un viñedo!, un huerto comunitario que una Shamana visita y bendice cada semana. Dentro de este paisaje bucólico y esta alegría primaveral pienso en las técnicas que debo desarrollar para que las personas comprendan esta manera de percepción; así fue como acabé intentando definir lo que es una experiencia. No deberíamos esperar a que una experiencia nos sacuda, deberíamos andar por el mundo con el cuerpo abierto a la experiencia. No deberíamos esperar a que un amante nos conduzca hacia la satisfacción, deberíamos andar por el mundo satisfechos porque distinguimos todo lo que la luz alumbra, incluso caminando de noche entre la naturaleza. No se ustedes, pero yo, la satisfacción la siento en el estómago; cuando me siento profundamente satisfecha me levanto, me estiro, froto mi panza y exclamo: aaaaah. Tal vez por eso existe la superstición de que a Buddha hay que sobarle la panza para que nos conceda lo que queremos. Tal vez la clave para crear un mundo sea la satisfacción (no me refiero con esto a verlo todo color de rosa, despojados de una percepción crítica ¿eh?). Pero bueno, este no es un blog de superación personal; digo todo esto porque ayer por la tarde platiqué con uno de mis amigos acerca de las comunidades literarias en este país y nos quejábamos profundamente "hablan de comunidad y nunca me saludan cuando aparezco". Conozco ese mundo, no pertenezco a ese mundo. Mi mundo es ese donde los amigos son ángeles. Para esa comunidad, sus ángeles son de un sólo color y de una sola posición (la "alternativa-vanguardista-suprema-blanca-con clase pero-de izquierda". Y lo entiendo. Yo no reconocería a ninguno de ellos si los encuentro por la calle, así como ellos, al ir al supermercado, podrían pensar que desde el guardia de seguridad, hasta el que acomoda las verduras soy yo. Nunca seremos parte de su comunidad, siempre seremos los escritores extranjeros (¡pero qué importa! ¿acaso no tenemos suficiente comunidad con nosotros mismos?). También conozco el otro mundo, el de los autores "de color". Cada vez que oigo el término "autores de color" pienso "¿Que los demás son descoloridos?" Es cierto que varias veces he pensado que a algún músico blanco le hace falta color para poder hacer buen jazz pero, de ahí a definirme como "autor de color" tomo mucha distancia. Pues hace unas semanas salí a brunchear con uno de esos autores de color, un autor griego, que me decía "tengo una carrera como poeta" lo decía con una sonrisa casi mística y un acento extranjero perfectamente acompasado. La satisfacción de mi mundo se interrumpió cuando lo escuché, mi paisaje bucólico se derrumbó, tuve que detener el viaje de mi tenedor hacia el delicatessen judío. De ahí en adelante todo fue "no dan espacio suficientes a escritores de color". No niego esas latitudes (las de "color" y la de "no-colour"), estoy en ellas, paso por ellas, pero no me esfuerzo por pertenecer a ellas. Hay demasiados artistas en mi vida. Me encanta el mundo del canto de los pájaros, las campanas vecinas de la iglesia italiana; mis amigos sí, son artistas, pero no lo parecen, parecen más monjes contemporáneos inventando la cocina "neopobre", trabajando para "la comunidad". No la comunidad del YO, sino la comunidad; la comunidad global: los niños, los espectadores, otros artistas, otras percepciones, los vecinos, los sobrevivientes de diferentes guerras, de diferentes lenguajes. Quizá, mis amigos y yo, no vivimos en una misma parcela, no compartimos nuestros huertos de vegetales, estamos muy lejos, en ocasiones, los unos de los otros pero ¡damn! tenemos la fuerza, la fuerza de manifestar lo que imaginamos en medio de una estructura estéril que avanza mundialmente. Nuestro mundo es opuesto a lo estéril porque, por lo menos, si nos interesa existir en este mundo fantástico, debemos estar (para empezar) muy-muy abiertamente vivos.

d.