Digo con miedo que me siento bien, que soy feliz. Digo con miedo, porque es extraña esa sensación que nace después de haber tenido la experiencia de la mano del odio persiguiéndome desde lugares indeterminados y pienso ¿y si se enojan porque soy feliz? ¿quiénes? Pues yo qué sé. Por eso pocas veces expreso abiertamente mi felicidad, pero de que lo soy lo soy. Más que nunca. Josu Landa me lo dijo varias veces hace algunos años, y me lo repite de vez en cuando todavía "te hicieron un favor". Tener experiencias extremas, conocer la orilla entre la vida y la muerte es una peculiaridad que ha cambiado mi percepción entera del mundo. Vivía reducida a mi amor por una zona geográfica que, abrazándome con toda su violencia, me impedía alcanzar las otras tres esquinas, los otros puntos cardinales, otras formas de tierra, otros cielos. Era como tener un cuerpo entero y sólo conocer la cabeza. Hace muchos años, quizá catorce años, mientras tomaba un trago en un restaurante panorámico en lo más alto de un edificio del centro de Los Angeles (con Ken Erlich y Jen Hofer), Ken me preguntó ¿Y qué te parece el vientre de la bestia? refiriéndose a la ciudad, y respondí "No sé, como yo siempre he vivido en el culo" haciendo alusión al libro de Antonio Lobo Antunes. Y es así. No se trata de haber llegado a un país específico, se trata de un shock. El shock que sólo se experimenta con el exilio. El exilio "de a veras" como diría Jen. Podría estar en otra parte del mundo menos controversial ¿cuál les gusta? ¿Uruguay? a mí también me gustaría, viviría una historia idílica, tal vez, pero la percepción a la que he entrado sería inevitable. No es la muerte, es la fuerza de la vida que se activa en los momentos de la muerte: un torrente de vida traspasando el sistema nervioso, un torrente gigante de vida, el necesario para actuar observando con todos los poros y para transportarme a través de las dimensiones en las que viven los dragones, los seres míticos; lo que llaman "volverse humo" pues. La vida se salva, pero uno tiene que pasar por el infierno, darse cuenta que el infierno es sólo el interior de un dios; y hasta que el dios abra la boca nosotros regresaremos a la tierra. El mundo no puede ser el mismo. Lo que llamamos "el mismo" es algo extraño, como una piedra ardiendo, que se quedó allá atrás, repleta de cosas, amantes, colecciones, amigos y enemigos. El mundo ha dejado de pertenecernos, y podemos ver cómo millones levantan el sufrimiento queriendo poseer; poseer una parte de esa piedra quemada y estéril, cualquier parte. Hambrientos se llenan las manos con ceniza; yo sueño con kimonos, literalmente, y sueño que mis amantes son magos y homeless de ojos amarillos y demonios y dioses (siempre me han gustado tanto los muchachos) tal vez eso es lo que me une a la ceniza de lo que queda en esa piedra: el hambre, el deseo.

d.