He estado triste la última semana. Debo admitir. No es la vida, sino los aniversarios. Todavía recuerdo cuando fui representando a Demac a una feria del libro en Guadalajara. Ustedes saben que detesto la Feria del Libro de Guadalajara. En aquella ocasión sólo vi a dos amigos: Laura Solórzano y Jorge Esquinca. Los dos, fuera de la feria. No saben cuánto me alegro de no haber estado de humor para ver a los demás. ¿alguna vez he estado de humor para asistir a una lectura tras otra? (¡mi Dios, por muy amigos que sean, folks, no way. Mi divertimento nunca ha sido el espectáculo de la literatura). Y de haber decidido ir del stand al hotel, del hotel al stand (donde por cierto, no estuve mucho tiempo). Nunca supe cuál fue el fin de Demac para invitarme a esa feria.  El día que regresé a mi casa por la noche, después de cinco días en Guadalajara, encontré a una de mis mascotas agonizando. Macu murió esa noche. Pero tampoco es Macu lo que me pone triste. Ni mi casa. Ni siquiera Ciudad Juárez. Tal vez estoy triste por costumbre. O porque estoy enamorada. Pero no, cuando uno está enamorado no debe estar triste ¿verdad? Ah, ya sé por qué estoy triste. Porque estoy cortando con todos esos apegos, porque los estoy viendo. ¡sí! porque hice una vida de algo que no importa absolutamente nada. Y prefiero la adrenalina dentro de un país que se derrumba, a el sabor a tierra profunda de los vegetales orgánicos.¡La pólvora, la pólvora, compañeros, ésa sí que tiene su encanto!. Prefiero sobrevivir. Aún así, si me pongo dramática sobrevivo. Con una suerte increíble. Con una ubicación hermosa en una de las ciudades más grandes del mundo (ustedes saben cuánto importa la ubicación cuando se carece de helicópteros o avionetas como transporte). Pero quizá también estoy triste porque veo tanta ilusión, en tantos lugares. Y no entiendo, por qué el San Francisco MOMA es la segunda vez que me pide un ensayo para formar parte de una de sus exhibiciones. O, por qué otra persona, en otra universidad, paga mi avión para que yo ponga mi cara y lea mis cosas. Qué importancia tienen las cosas ¿por qué se la damos? ¿de dónde viene la importancia que damos al trabajo de los demás? ¿cómo lo medimos? Y allá (muy cerca, o tal vez, muy lejos de mí) alguien cree que tiene poder porque tiene dinero. Porque heredó el dinero que alguien más robó. Y cree que con ese poder me detiene, o avienta un hilo y yo voy a alguna parte. Y mueve otro hilo y me muevo hacia otro extremo pero ¿por qué le importo? ¿por qué alguien que cree que tiene poder decide que le importo, que lo insulto, y que es en sus manos donde se hace justicia para personas como yo? ¿Por qué alguien que tiene el dinero que heredó de un asalto cree que es poderoso? No entiendo. No entiendo nada. A mí, a veces, me parece que el poder está en otra parte. El poder de caminar en medio del infierno, por ejemplo, donde ni los afectos ni las alabanzas se compran o se venden; el poder de traspasar algunas barreras sin ser detectado. Los túneles. El poder de saber que nada es permanente, ni siquiera una herencia millonaria, ni siquiera el millonario más millonario del mundo es permanente ¿Ya lograron comprar la eternidad? ese sería un buen negocio, supongo que, tal vez, en lugar de pensar en mí andan en eso. Qué tonta soy. Pero, hablando de cosas intrascendentes, como mi suerte tal vez, aquí subo un video del año pasado, en Holanda, junto a una escritora canadiense y a un escritor indú. ¿Qué construye el criterio para que esto suceda? Por favor, que alguien construya el criterio para irme a vivir a Italia y me regalen, para vestir allá (en calidad de bata) una maleta repleta de kimonos (mis deseos son muy simples ¿no?) una herencia podría comprarlos más de un millón de veces.

d.